Hijos
de nadie
Presupuesto diputación provincial de Soria
Presupuesto diputación provincial Barcelona
Cuando llega septiembre. Últimamente incluso antes. Quizás la generación
anterior echaba el mes allí. Ahora, a partir del 22 o 23 de agosto ya
apenas queda gente. Inexorablemente y casi de una noche a otra, el bar del
pueblo que estaba lleno y pleno de bullicio se queda con los cuatro
paisanos de siempre. Los que vienen a echarse una cerveza o una copilla,
después de andar todo el día por el campo con el tractor o las ovejas,
buscando un rato de charla tras horas de no hablar con nadie.
Tiene que resultar difícil. Ves que en julio empieza a llegar gente,
niños y jóvenes sobre todo. Los que estudian en alguna capital cercana
vuelven y muchos niños en edad escolar vienen a estar con los abuelos.
Los padres trabajan y así los peques se quitan el calor de la ciudad.
Pero sabes
que es algo efímero, que pasa muy rápido. El invierno en cambio se hace largo.
Muchos meses y mucho frío, de noche a las seis, sin cines ni teatros, ni
centros comerciales. Internet llega de aquella manera si es que llega, como la
televisión por cable o por fibra. Lo más duro es la soledad. Sales
a la calle y hueles la leña ardiendo de las cuatro casas abiertas pero no ves a nadie. Hasta las once o las
doce de la noche no hay donde ir, salvo refugiarse en casa.
Nadie pasea o camina porque no hay tiendas donde mirar o comprar,
pero es que nadie pone tienda o bares donde no hay clientes. En muchas zonas de
España el mayor problema, el mayor impedimento para progresar, es su
despoblación.
En España, el éxodo del campo a la urbe se fraguó sobre todo en
la década de los sesenta del siglo pasado. La gente empezó a
marcharse a buscar trabajo y mejores condiciones de vida a las ciudades.
Familias partidas. Unas, las pocas, se quedaron. Otras se fueron a
Madrid, otras a Barcelona, otras a Bilbao... La verdadera desgracia fue
para los pueblos de origen, absolutamente diezmados, sin mano de obra,
sin gente que consumiera, sin emprendedores, desolados y al final muchos despoblados
incluso derruidos... Una teja que se caía y nadie reponía, una caries en
la pared y solo cuestión de tiempo que el tejado se resquebrajara
implotando hacia el interior.
Los pueblos semejan un
bombardeo, pero no fueron bombas, sino olvido.
Los que se marcharon consiguieron trabajos y
quien más quien menos salió adelante. Tuvieron hijos, auténticos
paracaidistas a nivel geográfico. Nacieron lejos de la tierra de
origen de sus progenitores, aquí o allá por puro azar y por
razones muy peregrinas a veces... Un
conocido abrió camino, por cercanía y ser el billete más
barato, porque iba a abrir una
fábrica... Padres sorianos por ejemplo, tenían hijos madrileños,
barceloneses, bilbainos...
Esa primera generación en el "exilio" volvía al pueblo en verano,
incluso si podían en Semana Santa y puentes y llevaban a sus hijos
"paracaidistas".
Eso no era
ni es suficiente para revitalizar zonas
escasamente pobladas y sin recursos. La pendiente por la que las zonas
rurales y pequeñas ciudades castellanas, asturianas, gallegas,
extremeñas, andaluzas... se deslizan hacia el abismo, es desde entonces
imparable. Ahora ya vamos por los nietos, los "paracas" ya tienen hijos.
Pero vamos al meollo... Los pueblos se llenaron de ausencias, de
nadies, de sombras... Los que ya no vivieron allí no formaron
familias, no abrieron negocios ni dieron trabajo a otros, no gastaron,
no utilizaron las carreteras ni compraron casas o arreglaron las que
había. Tampoco pudieron hacer presión para que se mejorara la sanidad,
las residencias o los autobuses... Muchos de esos "paracas" pensaron en
volver al jubilarse pero es que ahora, en el pueblo no hay de nada. Ni médicos ni
tiendas y dependes de un coche. En el momento en que hay que comprar
medicinas o hacerse un sintrom cada poco ese retiro soñado se diluye.
Por contra, esos nadies se convirtieron en alguien allá donde emigraron. Gastaron,
crearon familias, solicitaron recursos, generaron riqueza, se
construyeron escuelas y centros de salud, pusieron metro y líneas de
autobuses... Aquello de lo que su ausencia privó a sus lugares de
origen. Y sus hijos se criaron en otro lado y
amaron otros sitios.
Son los hijos de
nadie. De los nadie que no habitaron el pueblo... Hijos de la ausencia.
Los que no emigraron tendrán sentimientos encontrados. Si el quedarse
fue una cobardía o una osadía. Probablemente, de lo que no dudan es que
la marcha de todos ellos les dejó estancados, sin apenas posibilidad de
progreso.
Ahora hay que añadir el
separatismo. Las políticas y las declaraciones tienen cara en las
personas. Las redes sociales ponen de
manifiesto lo que cada uno es. No lo decimos a la cara pero lo vertemosFacebook, Instagram,
Twitter... Cuando llegan los primos de Barcelona, tíos,
hermanos, sobrinos, en el pueblo ya se sabe si abrazan la causa
separatista o no.
Para el que se quedó y vio empobrecer y desolarse su pueblo por el
éxodo, debe ser difícil recibir en su villa (incluso en su casa) a unos
familiares que dan soporte a aquellos que le acusan de estar robando a
Cataluña. Y mientras él sigue cosechando, cuidando de las ovejas
o las vacas, arreglando el tractor, estos hijos de nadie o ya nietos de
nadie, se van de fiestas, se levantan a las tantas y se lo pasan en
grande, pero el que les está robando es el del pueblo... ¿Cabe
pensar que el separatismo separa familias y destruye vínculos?
Sus padres o abuelos, los que emigraron para darles mejor vida
trabajaron hasta la extenuación allá donde fueron. Ahora sus hijos o
nietos reniegan de esos orígenes y acusan de vagos o ladrones a los
paisanos de sus padres, sin ver que solo una casualidad les
hizo ser catalanes y no segovianos, sorianos, jienenses, cacereños...
Realmente parece que no fueran hijos
de nadie, que aparecieron en Cataluña de forma pura y
espontánea... En el colmo del absurdo, algunos de los nacidos en el
pueblo y que emigraron, también se han convertido a la causa.
Probablemente para mimetizarse con el entorno y no enfrentarse a la
presión separatista o por no discutir con sus hijos y nietos
de nadie.
Solo una cosa más. Si han visto los presupuestos de las dos diputaciones
provinciales, sepan que entre otras funciones, las diputaciones
están para atender las necesidades de poblaciones menores de 20.000
habitantes. Sin embargo, el presupuesto que manejan depende de la
población total de la provincia. En Soria, la práctica
totalidad de la provincia son poblaciones aisladas de menos de 20.000
habitantes, con muy pocos jóvenes y sobre todo ancianos, muchas veces
atendidos en centros y residencias que dependen de la diputación. En
Barcelona, la inmensa mayoría de la población se concentra en la capital
y aledaños. El resto de la provincia dispone de autovías y buenos
servicios... Como ven, el éxodo, la
despoblación, le está costando mucho dinero a Soria.
Soria 53,5 millones de euros. Barcelona 937 millones.
Solo el presupuesto de cultura en Barcelona es de 73,1 millones.
¿Alguien tiene dudas sobre en qué asuntos se invertirán esos millones?
¿En adoctrinamiento y propaganda subvencionando entidades, radios,
televisiones, páginas web de corte separatista? Cuánto patrimonio
cultural podría reponerse en Soria con ese dinero que además generaría
turismo e ingresos. O sea, que España nos roba ¿no?
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